¿Para qué sirve un diario en el piso?

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Oye! Tú me dices que protestas…

Pero! Tu postura no molesta.

Dime! Si tu fin es atacar o ganar aplausos…

[Los Prisioneros]

Hace tres años, un sábado en la mañana, conocí al doctor Soto. Fue por teléfono, debo decirlo. Muy desconfiado y en forma pausada, me respondía las preguntas que le hacía y sin advertirle que estaba grababando la conversación. Las palabras le dolían al salir, mientras yo hacía frenéticamente trazos y figuras en mi cuaderno.

Se había retirado del Ministerio Público y estaba muy enfermo, eso me lo había confirmado uno de sus familiares. Años antes, el doctor Soto había denunciado al propietario de la empresa de transporte terrestre más importante del país, personaje al que que yo venía investigando por su vinculación con el tráfico de drogas, en especial con el cártel de Tijuana, por lo que me era muy importante hablar con él.

Antes de llamarlo a su casa, leí el expediente de 12,000 folios y supe que Soto había puesto entre la espada y la pared al capo, en ese tiempo un jovenzuelo de 25 años que conjugaba sus actividades «empresariales» con el surf en Punta Hermosa y otras playas del extranjero. Entre diligencia y diligencia, había descubierto que los otros dos hermanos del capo se encontraban metidos en el negocio de la cocaína, habiendo sido encarcelados en Europa y Estados Unidos.

Hace poco salía de mi casa y miré al suelo. Siempre camino mirando el suelo, como esperando encontrar una trampa o algo peligroso, vieja costumbre de anteriores etapas. El nombre de Soto aparecía en una página descolorida, en el centro de cuatro líneas negras.

Cuervo a la vista

Había muerto hacía un año y sus familiares le celebraban una misa. Presumo que investigar ese caso de narcotráfico le había salido caro, como suele pasar con aquellos que lo hacen. En esa llamada telefónica, que duró entre 20 y 30 minutos, me dijo claramente: «Esos tipos (los capos de la droga que investigó) hacen lo que quieren, simplemente no pudimos con ellos. Ojalá usted pueda, caso contrario, acepte las consecuencias».

Viendo ese papel en el suelo, pensé que frente a la inmensidad de la droga y sus mafias, todos nos volvemos excesivamente finitos, mortales.

Cada domingo que prendo la televisión, me topo con los millonarios anuncios de esa empresa de transporte. Cada vez que paso por el Zanjón, cada vez que cojo una revista o diario, veo el crecimiento peligroso y abrumador de esa burbuja del narcotráfico. Pero, sobretodo, la vuelvo a ver cada vez que empiezo a sentir que el periodismo es cosa olvidada y que es hora de dar un giro de 180 grados. Pero no. Los flash-backs persisten y no se van fácilmente.

Etiquetas: Periodismo, Narcotráfico, Empresas de transporte.

Comments

  1. María Angélica says:

    ¿Que ya olvidaste el periodismo? Ja Ese gusanillo se mete en la sangre para no salir más…

    Y darás un giro de 180 grados, claro que si…

    Gracias

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